
El otro día estaba en la estación de tren de Santiago, esa por la que paso desde tiempos inmemoriables y que tantas circunstancias extrañas nos ha hecho pasar.
Pues bien, la cola que se había formado para comprar billetes era considerable, y me llamó la atención un señor, de unos 50 años mal llevados, que gritaba indignado “Esto es una vergí¼enza, con la cantidad de gente que hay y sólo una persona despachando billetes…” y demás improperios típicos de esas ocasiones. Casualmente (o no) yo estaba más cerca de coger el billete que él, estaba “Halfway betweeen el viejo y el hombre de los billetes”. Pero no sólo físicamente, también en opinión; seguro que podría pasarme horas discutiendo con el hombre sobre por qué critica a los trabajadores de Renfe sin tener conocimiento de cómo funciona eso internamente, y sin saber que problemas causan que se forme tal cola. La parajoda es que también podría pasarme horas discutiendo con la gente de Renfe por qué su servicio va tan lento a veces y no hay planificación para poner más gente en circunstancias que ellos saben que llenan la estación.
Sí, es una estupidez, pero es la interpretación más cercana a mí del centro de Cortázar...
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