No es justo que todos suframos las desventajas de nuestro sistema económico en nuestra vida cotidiana. Además, suelen ser unos pocos los que se benefician del sistema. Hasta ahí no me gusta, pero es lo que hay, así que mi única opción es intentar optimizar mis gastos con esas reglas del juego.
Lo que ya no soporto es el no tener opción de jugar mis propias cartas, y que el dinero público (osea, mi dinero) sea utilizado por otros, con esa mentalidad de “pago lo que haga falta”. Y resulta que por segundo año consecutivo El jamón de los diputados se compra en el Corte Inglés, y cuesta 155.760 €.
La cuestión ya no es que les tenga que pagar las cestas de navidad, la cuestión es hacerlo mediante concurso público. Es decir, ¿las cestas valen eso, o el Corte Inglés ha puesto en su propuesta lo mímino para ganar el concurso? Obviamente, con las reglas de mercado que comentaba, la respuesta es la segunda. La cuestión es que yo las hubiera sacado por menos. Lo que necesita un buen gobierno es un “ingeniero de compras”. El gobierno debería tratar a las empresas como las empresas tratan a los ciudadanos (y ya no digo si está bien o está mal, sólo hablo de seguir las mismas reglas de juego).
Pongamos un ejemplo: me voy a comprar una cesta de navidad, puedo hacerlo de dos formas:
1) Tengo un presupuesto de 100 euros. Recorro un par de sitios, elijo la mejor por debajo de esos 100 euros y dejo el cambio como propina. Resulta que cuesta 83€, y había una por 60€ con 4 polvorones menos, de esos que nadie come, pero yo tenía 100 para gastar. Y había una tremenda por 101€, pero se pasaba de mi presupuesto.
2) Compruebo todas, y dento de lo que quiero elijo la mejor en relación calidad/precio, que viene siendo la de 60€. Con los 40€ restantes, hago otro regalo por San Valentín (léase reutilización en gasto social), o para el año me compro la de 101€.
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