
Joaquín Sabina y yo teníamos una cuenta pendiente desde hace mucho. El cabrón me gusta desde los 12 años, aproximadamente. Me empezó a gustar por oírlo en el coche de los padres de un amigo durante horas y horas. Lo que era música desagradable comenzó a convertirse en el contenido de letras con mucho fondo.
La cuestión es que con 8 o 10 años ya había ido a un concierto suyo. ¿Por qué? Pues igual que ahora puedo ir al fúbtol, por casualidades de la vida. Eso sí, hasta hace dos días, tenía que decir que al único concieto de Sabina que había ido había sido cuando todavía no me gustaba.
Unos años después, cuando ya me gustaba, planeó otro concierto en Santiago, para el que tenía entrada. A 75 metros de la entrada me enteré que lo había suspendido porque tenía la garganta chunga.
Por lo visto hace unos años estuvo en La Coru (es la forma que utilizo ahora para no tener que decantarme por A Coruña o La Coruña). No se por qué, no pude ir, o ni me enteré.
Pero este año no se ha escapado. Estuvo a punto el cabrón, ya que casi tengo que trabajar ese día por la tarde. Pero al final pude verlo en directo. Ya se puede morir él tranquilo, y ya me puedo morir yo. Misión cumplida.
(Por si no se intuye, me encantó el concierto, pero contar de forma directa que se me caía la lagrimilla me parecía cursi, se lo dejaré a los fans menos agraciados con blog en MSN Spaces)
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