Soy estudiante, empresario, autónomo, blogger… al menos eso dicen. El caso es que también cocino, como el resto de los humanos. Y la cocina y los supermercados son dos de las principales fuentes para los blogs personales, de hecho podrían ser temáticas importantes para blogs si fuesen comercialmente viables.
El caso es que, en mi abandonada sección Teorías sobre la vida, hoy toca hablar de Cocina y orgullo. Cocinar es una actividad técnico-artística que todos realizamos, lo suficientemente subjetiva para irritar a quién vea negada la gratitud de sus creaciones. Ya hace años desarrollé mi teorema Cocinar con chaqueta, que expresaba el estrés que siente la gente viendo a alguien vestido de calle al lado de dos fogones a tope, y era útil para evitar moscones en la cocina. Probadlo, poneos vuestra mejor chaqueta para cocinar, veréis como la gente se lleva las manos a la cabeza.
El caso es que, con dos personas ocupándose del mismo plato, el conflicto está asegurado, pasa en las mejores familias, verídico.
Hace unos días tuve el puesto de project leader en un plato que incluía pasta. Después de unos 15 minutos en la cocina, los fogones secundarios habían finalizado su tarea y sólo quedaba la pasta por cocer, todo controlado. Entonces llegó cierta persona, me miró, miró a la cocina y bajó el fuego de la pasta. En ese momento, la horrible glándula del orgullo humano segrega la sustancia necesaria para que el cerebro elabore la teoría a tu favor: “maldita sea, he utilizado técnicas de planificación avanzada para lograr acabar la cena on time, estoy en la recta final con el fuego a tope pero la experiencia y las constantes muestras que tomo del producto me confirman que no tendrá efectos secundarios sobre el resultado final, y viene este y me baja el fuego”.
Lógicamente es un detalle sin importancia, pero con el que das cuenta del orgullo que tiene cada uno sobre su forma de hacer las cosas. No, no soy un maniático con este tipo de cosas, todo lo contrario, creo que he llegado al punto de máxima comprensión con los demás, o al menos lo intento.
Pero todo esto viene por una vieja historia, porque cuando la presión puede con uno y los nervios cambian tu personalidad, la inhibición del orgullo desaparece y provoca frases como la siguiente:
¡JODER! ¡YA SE QUE EL POLLO SE HACE IGUAL AUNQUE NO LO PINCHE, PERO LO ESTOY PINCHANDO PORQUE ME SALE DE LOS COJONES!
Mis disculpas, pues.
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