Raúl se pregunta hoy quién debe marcar el ritmo en un proyecto colaborativo, con una interesante conclusión, aunque creo que por desgracia no es siempre aplicable (por cierto, no tengo relación ni conzoco el proyecto del que habla).
El caso es que la historia resulta demasiado familiar. En un grupo siempre están los que tiran y los que se dejan arrastrar. En el trabajo, en la amistad o en las relaciones sociales, el mejor ejemplo, el razonamiento de por qué nos quedamos mirando, y no ayudamos, cuando hay un accidente:
Si estamos solos las únicas opciones son ayudar o permitir que suceda, lo que entraría en conflicto, directo, con nuestro sistema de valores y con las zonas de nuestro cerebro que nos impulsan a la ayuda. Sin embargo, si estamos en presencia de más gente, las opciones son mayores, y parece que la responsabilidad se reparte entre todos; ya no me corresponde toda la ayuda, sino una fracción de la misma, lo que, sin duda, resulta menos confrontable.
A veces sólo hay que responder con dos palabras diciendo que no interesa, es mejor que dejar a toda una cadena de personas dependiendo de ti.
Como decía, en el plano de las relaciones sociales me parece todavía más grave. No te estoy pidiendo que trabajes, ¡te estoy invitando a una cena! Es un problema de iniciativa y de decisión. ¿Y si me aburro? ¿Y si surge un plan mejor? ¿Y si nos lo pasamos mal? Pues pides otra carta, doblas la apuesta y pagas otra ronda.
Ojo, quién esté libre de pecado que tire la primera piedra. No es un problema de algunas personas, creo que es un mal que nos afecta a todos en mayor o menor medida. Mi consejo es que, cuando tengas que dar una contestación, te plantees si realmente hay factores que justifiquen retrasarla. Si no es así hazlo cuanto antes, el beneficio también será para ti. Y para predicar con el ejemplo, me voy ahora mismo a revisar mis correos pendientes para ver si hay alguien esperando por mí.