Si hubiese una norma que te prohibiese mostrar tus productos de Apple o decir que los tienes, no venderían ni el 50% de lo que venden ahora. Con los coches de moda, el porcentaje es similar. A casi todo fanático por los gadgets, en el sentido amplio de la palabra, le encanta mostrar su última adquisición.
La bicicleta nueva de los Reyes Magos se reinventa cada pocos meses en forma de teléfono móvil, portátil, reproductor MP3, coche o cualquier otra cosa que pueda causar admiración. De hecho, la principal funcionalidad del iPhone es que puedas ligar con él (quizás ahora ya no).
De lo contrario no se explicaría que un tipo desaliñado con una camiseta de publicidad tres tallas más grande, y que pide pizzas por un script Perl conectado por VPN a la pizzería de su cuñado, te hable del diseño y usabilidad.
El caso es que, para mí, el problema es el contrario, los gadgets que hacen que no pases desapercibido. No me voy a meter en los motivos, pero casi nunca veo a nadie con una Blackberry por aquí (Galicia). Por ejemplo, en la sala de espera de una consulta médica. Me siento mucho más cómodo utilizando el móvil (mira ese chaval, seguro que está enviando sms guarros a su novia) que con una Blackberry, iPhone o similar (mira ese, ¿qué tiene ahí?).
La aceptación social de la tecnología es un tema que hace tiempo que me fascina. Y, aun teniéndolo en cuenta, a veces meto la pata, porque la horquilla de la normalidad es mucho más pequeña de lo que uno se imagina:
Yo: En Ginebra me llamó la atención ver a una señora de 60 años en el tranvía con una Blackberry…
Respuesta: ¿Qué coño es una Blackberry? Ya estás con tus cosas frikis…
Cosas de la brecha digital. Al menos no me preguntaron qué es un tranvía.
A título personal, me gusta que la gente me pregunte por lo no obvio, algo que pueda resultar interesante y que haya sido escogido por mí sin el objetivo de que el resto lo vea. Lo interesante es guardar un equilibrio perfecto entre lo que enseñas y lo que escondes.
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