Hace unos días tuve que visitar a una abogada para arreglar unos papeleos. Trámite administrativo normal, nada extraño. El caso es que nos recomendaron una. Concierto una cita, y en cuanto entro por la puerta lo primero que me dice es “tú tienes pinta de saber de informática”. Se me ocurrieron unas diez respuestas, a cada cual más grosera, pero decidí dejarlo en un simple “sí, es posible, ¿por?”.
Entonces me empezó a explicar que llevaba todo el día sin poder entrar en su e-mail (eran las 16:30 ya), y me enseña su monitor. En él aparece un aviso (no sé si un aviso legal o por el estilo) sobre algún cambio en Hotmail, y un botón grande que ponía “Aceptar”. Al final de la página, un enlace que llevaba a otro sitio con más información.
Yo seguía sin abrir la boca y, la mujer, de unos 35 años y sin ningún problema cognitivo aparente, me dice que ella “hace click allí” (en el enlace, no en el botón de aceptar) y que “le aparece eso”. Tomo aire y le explico con algo de ironía y ninguna sonrisa que normalmente el botón de Aceptar es el que se utiliza para aceptar, y que esto parece un problema de comprensión más que un problema informático.
Me siento y me explica los papeleos que tendría que hacer, finalmente me dice que las gestiones suman unos 600€. En ese momento me entran ganas de preguntarle si me descontará los 60€ por la pregunta que ella me ha hecho, pero decido coger el presupuesto y decirle que ya la llamaré.
Obviamente, me he buscado a otra persona para que lo haga, y posiblemente me salga mucho más económico. Pero lo que me sorprende es que alguien que se dedica a consultoría, véase hacer cosas para ella normales pero que a los demás nos costarían mucho más trabajo, muestre esa tranquilidad al admitir al primer cilente que entra por la puerta que es una analfabeta digital. Peor que eso, que no pone el más mínimo interés en hacer lo que hace, y que puede estar todo el día sin correo electrónico por no leer cuatro líneas.
Próximo capítulo, algún día, los médicos.
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