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Perversa abundancia

La tecnologí­a elimina barreras, y nos acerca cada vez más a nuestros objetivos de comunicación y contenidos. Sin embargo, estos van cambiando a medida que los conseguimos.

Pongamos un ejemplo, el ví­deo sobre estas lí­neas.

“Bergensbanen” es posiblemente el documental mas largo del mundo con siete horas y media de duración. Muestra cada minuto de viaje en formato panorámico desde Bergen, costa oeste noruega, a Oslo. (ví­a)

Economí­a de la atención

Hace un par de semanas, dediqué diez minutos a ver el corte que pongo aquí­. Si hubiese tenido este ví­deo hace diez años, probablemente me hubiese visto una o dos horas, pero hoy mi atención está repartida entre muchos más focos.

Lo curioso es que, hace cincuenta años, me hubiese visto el ví­deo entero. Y hace cien, si fuese posible, me habrí­a convertido en la persona más feliz del mundo por poder disfrutar de esa “magia”.

El encanto de los soportes fí­sicos y algunos digitales

Con la música, ocurre un poco lo mismo. El encanto del componente fetichista va a menos. Antes escuchar un disco implicaba ir a la tienda y comprarlo, o copiar un cassete. En cualquier caso, siempre tareas que requerí­an el suficiente esfuerzo como para recrearse en ellas mientras las hací­as.

Después llegaron los MP3, que para mí­ tení­an un componente fetichista todaví­a mayor que los soportes digitales. Nunca he utilizado Napster, en mis buenos tiempos se negociaba en canales de IRC (Efnet) el acceso al FTP de turno en Suecia, Alemania o algún paí­s con conexiones rápidas. Y cada disco llevaba una serie de archivos de información y control (.nfo, .sfv). Tener el disco sin eso era como tener un disco fí­sico sin carátula.

Con el P2P se perdió este encanto. Hoy soy de esos que compra más discos que nunca, pero por su valor sentimental y para adornar estanterí­as. Antes de comprarlo ya lo tengo en MP3 o Spotify sin ningún esfuerzo.

El móvil mató a la planificación

Algo similar ocurre con la comunicación personal, aunque a esto ya nos hemos acostumbrado hace mucho. Internet la ha mejorado, pero el cambio lo supuso el teléfono móvil. Lo curioso es que esa hiperconectividad nos hace relajarnos y, a veces, perder oportunidades.

Conclusiones

1. Cada vez es más difí­cil hacer contenidos que te hagan la persona más feliz del mundo, incluso que sean suficientemente brillantes como para que dediques tu tiempo a ellos (economí­a de la atención). Esto, para mí­, es bueno. Lo malo es que quizás hayamos perdido la capacidad de parar y disfrutar de una hora de ví­deo de un tren, que nos hubiera hecho felices en otra época. No se trata de cosas que antes molaban y ahora ya no, se trata de cosas que siguen “molando” pero que ahora tienen más competencia.

2. Somos católicos. No por la religión, sino por la cultura del sufrimiento: no hay gloria si no hay un proceso que nos cueste un esfuerzo. Está en nuestros genes.

La solución no es crear barreras artificiales, como no escuchar un disco antes de comprarlo, o tirar a la hoguera los teléfonos móviles. Esto se lo dejamos a los tecnófobos, que no son más que frikis de lo analógico. Nos toca evolucionar, y desarrollar nuestro espí­ritu crí­tico. En “El golpe”, Robert Redford apuesta a la ruleta los 3.000 dólares que acaba de conseguir en un timo. Hasta los 90 era un comportamiento aceptable y humano. Hoy no: nos ha tocado la dura tarea de aprender a dar valor incluso a aquello que no nos cuesta conseguir. Y no es una tarea fácil.

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